LOS PROCESOS DE EDUCACION EN LA FE.
La opción pedagógica fundamental de la Pastoral Juvenil es el reconocimiento del carácter procesual y dinámico de la formación y de la educación en la fe. No es posible entender la acción de la persona sin esta tarea que se convierte en un proyecto diario, en un reto cada vez más original. Ni el ser humano ni los grupos nacen hechos; por el contrario, tienen ante sí un largo camino de formación que abarca diversos aspectos y comporta diversas exigencias.
Esto significa que se deben tener en cuenta los “tiempos” de crecimiento, de identificación afectiva, de asimilación y de compromiso que son propios de los jóvenes. Significa también reconocer que el proceso educativo es un camino que realiza el mismo joven, que él es el principal responsable de dar los pasos correspondientes, que de él son los méritos de los resultados obtenidos y que suya es también la responsabilidad de lo que no logra conseguir.
1 La Formación Integral.
Pero, ¿qué es formar?. Muchos han entendido y entienden la formación como una mera instrucción. Formar sería entonces la tarea de unos pocos “ya formados”, quienes unilateralmente indicarían el camino a los demás, convirtiendo así la formación en un ejercicio más intelectual que experiencial y vivencial. Para la Pastoral Juvenil Latinoamericana, formar es generar en los jóvenes y en los grupos nuevas actitudes de vida y nuevas capacidades que les permitan ser, clarificar sus proyectos de vida, vivir en comunidad e intervenir eficazmente para la transformación de la realidad.
En esta visión, la formación es un proceso de crecimiento, tanto personal como grupal y social, con metas claras a alcanzar y profundamente encarnado en las condiciones históricas y sociales en que se vive. Se trata de un proceso de educación no formal que requiere del asesor una gran capacidad de escucha, una enorme disponibilidad para “perder el tiempo” con los jóvenes donde y cuando ellos quieran y un decidido impulso a una pastoral que responda a sus verdaderas necesidades. No es lo mismo ser docente en un instituto de formación dentro de un horario, en una sala de clase, con un programa predefinido de objetivos y contenidos, que asesorar grupos de jóvenes en una parroquia o en un ambiente donde el mismo asesor tiene que ir a los jóvenes, convocarlos, motivarlos, animarlos y acompañarlos.
Muchos piensan también, que la formación es un conjunto amplio y bien elaborado de “actividades formativas”. Formar sería entonces realizar cursos, jornadas y encuentros, no siempre muy integrados unos con otros y coherentes entre sí. En un proceso de educación no formal, lo doctrinal y lo conceptual son el punto de llegada y no el punto de partida. No se niega la importancia de todas esas actividades; sólo se quiere afirmar que solas nos bastan y que son válidas en la medida en que estén ligadas al núcleo formativo por excelencia que es la acción.
No se quiere caer en la tentación del “primero formar para después actuar” ni en la del activismo de “la acción por la acción”. A través de metodologías adecuadas se propone una formación en la acción donde se ofrezca al joven la posibilidad de realizar una acción reflexionada y de tener una reflexión comprometida. Desde colaborar en la preparación del lugar de la reunión o dirigir un juego, hasta sistematizar su propia experiencia, pasando por dialogar en el grupo, orientar una reunión, preparar una celebración, organizar una actividad o planificar una acción, los jóvenes van adquiriendo la capacitación técnica para hacer bien lo que importa hacer. La acción concreta en su realidad de trabajo, en la universidad, en la familia, en el barrio es la mejor escuela de formación: se forma para la vida en la vida misma. La reflexión no es un momento separado de la acción.
Al hablar de la pedagogía pastoral se hizo referencia al carácter integral de este proceso de educación en la fe. Para tener en cuenta la multiplicidad y riqueza de aspectos del crecimiento de la persona y el carácter procesual de su maduración, la Pastoral Juvenil Latinoamericana propone un proceso de formación integral que atiende cinco DIMENSIONES -la relación consigo mismo, la relación con el grupo, la relación con la sociedad, la relación con Dios liberador y la relación con la Iglesia- y se desarrolla en tres ETAPAS: la nucleación, la iniciación y la militancia.
2 Dimensiones de la Formación Integral.
Se ha dicho que la formación es un proceso teórico-práctico que tiene como punto de partida la vida del joven y que vuelve a la vida para proyectarse en nuevas actitudes y capacidades. Si el centro de la formación es la vida del joven, los planes de formación deberán responder a las diversas dimensiones que la conforman. Para que la formación sea integral, hay que procurar abarcar a todo el joven y ayudarlo a integrar su persona en una unidad que le vaya facilitando la realización de su proyecto de vida.
Se presenta a continuación una breve descripción de cada una de las cinco dimensiones señaladas anteriormente y de los correspondientes procesos de crecimiento que se van desarrollando en la vida de los jóvenes.
2.1 Relación del joven consigo mismo.
Corresponde a la realidad psico-afectiva y al proceso de personalización que vive el joven. Es la búsqueda constante de una respuesta, no especulativa sino existencial, a la pregunta “¿quién soy yo?”. Es el esfuerzo de crecer y madurar como persona, es decir, de hacerse cargo libre y responsablemente de sí mismo para ser capaz de entregarse por los demás.
En esta dimensión, el joven desarrolla procesos de conocimiento continuo de sí mismo, de sus aptitudes y cualidades y de sus sentimientos e intereses en relación a los demás; procesos de autocrítica, de conversión y superación de sus crisis y conflictos; procesos de descubrimiento de su dignidad personal, de crecimiento de su autoestima y de apertura para sentirse amado y capaz de amar. En esta dimensión se juega especialmente su capacidad para ser sujeto de su propio crecimiento y para ir optando por valores y principios que serán la base de su existencia, hasta llegar a la definición de un proyecto de vida que asuma los valores de la propuesta de la Civilización del Amor.
2.2 Relación con el grupo.
Corresponde a la dimensión social que es esencial a toda persona y al proceso de formación para ser capaz de integrarse en una comunidad donde vivir y alimentar continuamente su crecimiento personal integral. El grupo ofrece un espacio para ir descubriendo, de modo concreto y vivencial, la necesidad de realizarse como persona en la relación con el otro. Esta relación ayudará a crecer ejercitando la crítica y la autocrítica como medio para superarse personalmente y colaborar en el crecimiento de los demás.
Este proceso de maduración lleva al joven a ir construyendo relaciones de compañerismo, de amistad y de fraternidad hasta incorporar estas actitudes en una valoración de la experiencia comunitaria como referencia permanente para su vida. El joven aprenderá a vivir en grupo, aceptando y valorando a cada persona, reconociendo sus valores y haciéndose capaz de renunciar a los intereses personales para asumir los de la comunidad. Irá desarrollando su capacidad para trabajar en equipo y para vivir en una actitud de servicio que lo haga crecer en la responsabilidad por su propia vida y por las situaciones del grupo.
2.3 Relación con la sociedad.
Corresponde al proceso de socialización o de inserción del joven en la sociedad. Esta dimensión formará al joven para ser capaz de proyectarse en su comunidad local, nacional e internacional.
La experiencia de grupo es el punto de partida para abrirse a relaciones más amplias y complejas que se dan más allá del mismo grupo y llegar a descubrir las organizaciones sociales intermedias como espacios posibles de compromiso trasformador. Esto implica un proceso de maduración desde una conciencia frecuentemente ingenua hacia una conciencia crítica de la problemática social, tanto local como universal. A partir de acciones que al principio son, a menudo, sólo asistenciales, el joven va descubriendo los niveles de organización de la misma sociedad, va valorando especialmente el rol de los organismos políticos, sindicales, barriales, populares, etc. y va asumiendo la opción por los pobres como una actitud de servicio y solidaridad, hasta llegar a incorporarla en su propio proyecto de vida.
Esta dimensión le dará elementos y lo capacitará para crear y participar en todo tipo de proyectos alternativos de tipo económico, político, educativo, etc. que fortalezcan el proceso de lucha popular por estructuras más humanas y por la construcción de la Civilización del Amor.
2.4 Relación con Dios Liberador.
Corresponde a la experiencia de fe del joven. Es la progresiva experiencia de la presencia de Dios actuando en los acontecimientos de su vida, de la vocación más profunda de ser hijo y hermano, del descubrimiento de Jesús y de la opción por seguirlo, del discernimiento de la acción del Espíritu en los signos de los tiempos de la historia personal, grupal, eclesial y social y del compromiso radical de vivir los valores del Evangelio.
Partiendo de su experiencia religiosa básica, el proceso tiende a educar al joven en el discernimiento cristiano para que vaya descubriendo y vivenciando su vocación, vaya elaborando un proyecto de vida cristiano y asuma explícitamente el estilo de vida de Jesús y la propuesta de la Civilización del Amor.
En realidad, esta dimensión está presente y es la base de las otras cuatro dimensiones. La persona de Jesús y su propuesta liberadora son el centro del proceso formativo de la Pastoral Juvenil.
2.5 Relación con la Iglesia.
Corresponde al proceso de inserción del joven en la Iglesia. También su núcleo desencadenante y eje articulador es el grupo o comunidad juvenil, que se propone como experiencia primaria de “pequeña iglesia”, en una escala apta para el joven. En el grupo, es posible descubrir que la fe no se vive en solitario, que en la vida de la pequeña comunidad es donde Jesús acontece y se hace posible el Reino que anuncia y que la Iglesia es una comunidad de comunidades.
El proceso pasa también por asumir las contradicciones y conflictos que se dan al interior de los diferentes niveles de la comunidad eclesial. La meta es que el joven descubra su lugar en ella y desarrolle su conciencia y su sentido de pertenencia y responsabilidad al reconocerse como miembro activo del pueblo de Dios, con una vocación propia y un rol especifico a cumplir.
El desarrollo de estas cinco dimensiones no se realiza en un proceso lineal, siempre progresivo. Más bien, podría representarse en forma de una línea espiral, que pone de relieve dos aspectos igualmente importantes: los momentos de “bajón” y retroceso que se dan en el proceso de maduración y la necesidad de estar atentos para que el proceso de maduración se desarrolle armónicamente en todas las dimensiones. Un grupo que sólo desarrolla la dimensión psico-afectiva de sus miembros se transforma en un grupo de terapia; si sólo desarrolla la dimensión grupal, será un grupo de amigos; una maduración exclusiva de la dimensión social, hará del grupo, un grupo de activistas; quedarse sólo con la experiencia de fe, hace correr el riesgo de plantear y vivir una fe desencarnada; la pretensión de hacer madurar el grupo sólo en su dimensión de eclesialidad, puede llevar fácilmente a su instrumentalización.
3 Etapas del Proceso de Educación en la Fe.
La sistematización del proceso de formación integral en etapas procura respetar los tiempos del crecimiento de los jóvenes, pues entiende que la persona humana no está “hecha” sino que “se va haciendo” en su propia historia. La experiencia de la Pastoral Juvenil Latinoamericana reconoce tres etapas: la Nucleación, la Iniciación y la Militancia.
La opción pedagógica fundamental de la Pastoral Juvenil es el reconocimiento del carácter procesual y dinámico de la formación y de la educación en la fe. No es posible entender la acción de la persona sin esta tarea que se convierte en un proyecto diario, en un reto cada vez más original. Ni el ser humano ni los grupos nacen hechos; por el contrario, tienen ante sí un largo camino de formación que abarca diversos aspectos y comporta diversas exigencias.
Esto significa que se deben tener en cuenta los “tiempos” de crecimiento, de identificación afectiva, de asimilación y de compromiso que son propios de los jóvenes. Significa también reconocer que el proceso educativo es un camino que realiza el mismo joven, que él es el principal responsable de dar los pasos correspondientes, que de él son los méritos de los resultados obtenidos y que suya es también la responsabilidad de lo que no logra conseguir.
1 La Formación Integral.
Pero, ¿qué es formar?. Muchos han entendido y entienden la formación como una mera instrucción. Formar sería entonces la tarea de unos pocos “ya formados”, quienes unilateralmente indicarían el camino a los demás, convirtiendo así la formación en un ejercicio más intelectual que experiencial y vivencial. Para la Pastoral Juvenil Latinoamericana, formar es generar en los jóvenes y en los grupos nuevas actitudes de vida y nuevas capacidades que les permitan ser, clarificar sus proyectos de vida, vivir en comunidad e intervenir eficazmente para la transformación de la realidad.
En esta visión, la formación es un proceso de crecimiento, tanto personal como grupal y social, con metas claras a alcanzar y profundamente encarnado en las condiciones históricas y sociales en que se vive. Se trata de un proceso de educación no formal que requiere del asesor una gran capacidad de escucha, una enorme disponibilidad para “perder el tiempo” con los jóvenes donde y cuando ellos quieran y un decidido impulso a una pastoral que responda a sus verdaderas necesidades. No es lo mismo ser docente en un instituto de formación dentro de un horario, en una sala de clase, con un programa predefinido de objetivos y contenidos, que asesorar grupos de jóvenes en una parroquia o en un ambiente donde el mismo asesor tiene que ir a los jóvenes, convocarlos, motivarlos, animarlos y acompañarlos.
Muchos piensan también, que la formación es un conjunto amplio y bien elaborado de “actividades formativas”. Formar sería entonces realizar cursos, jornadas y encuentros, no siempre muy integrados unos con otros y coherentes entre sí. En un proceso de educación no formal, lo doctrinal y lo conceptual son el punto de llegada y no el punto de partida. No se niega la importancia de todas esas actividades; sólo se quiere afirmar que solas nos bastan y que son válidas en la medida en que estén ligadas al núcleo formativo por excelencia que es la acción.
No se quiere caer en la tentación del “primero formar para después actuar” ni en la del activismo de “la acción por la acción”. A través de metodologías adecuadas se propone una formación en la acción donde se ofrezca al joven la posibilidad de realizar una acción reflexionada y de tener una reflexión comprometida. Desde colaborar en la preparación del lugar de la reunión o dirigir un juego, hasta sistematizar su propia experiencia, pasando por dialogar en el grupo, orientar una reunión, preparar una celebración, organizar una actividad o planificar una acción, los jóvenes van adquiriendo la capacitación técnica para hacer bien lo que importa hacer. La acción concreta en su realidad de trabajo, en la universidad, en la familia, en el barrio es la mejor escuela de formación: se forma para la vida en la vida misma. La reflexión no es un momento separado de la acción.
Al hablar de la pedagogía pastoral se hizo referencia al carácter integral de este proceso de educación en la fe. Para tener en cuenta la multiplicidad y riqueza de aspectos del crecimiento de la persona y el carácter procesual de su maduración, la Pastoral Juvenil Latinoamericana propone un proceso de formación integral que atiende cinco DIMENSIONES -la relación consigo mismo, la relación con el grupo, la relación con la sociedad, la relación con Dios liberador y la relación con la Iglesia- y se desarrolla en tres ETAPAS: la nucleación, la iniciación y la militancia.
2 Dimensiones de la Formación Integral.
Se ha dicho que la formación es un proceso teórico-práctico que tiene como punto de partida la vida del joven y que vuelve a la vida para proyectarse en nuevas actitudes y capacidades. Si el centro de la formación es la vida del joven, los planes de formación deberán responder a las diversas dimensiones que la conforman. Para que la formación sea integral, hay que procurar abarcar a todo el joven y ayudarlo a integrar su persona en una unidad que le vaya facilitando la realización de su proyecto de vida.
Se presenta a continuación una breve descripción de cada una de las cinco dimensiones señaladas anteriormente y de los correspondientes procesos de crecimiento que se van desarrollando en la vida de los jóvenes.
2.1 Relación del joven consigo mismo.
Corresponde a la realidad psico-afectiva y al proceso de personalización que vive el joven. Es la búsqueda constante de una respuesta, no especulativa sino existencial, a la pregunta “¿quién soy yo?”. Es el esfuerzo de crecer y madurar como persona, es decir, de hacerse cargo libre y responsablemente de sí mismo para ser capaz de entregarse por los demás.
En esta dimensión, el joven desarrolla procesos de conocimiento continuo de sí mismo, de sus aptitudes y cualidades y de sus sentimientos e intereses en relación a los demás; procesos de autocrítica, de conversión y superación de sus crisis y conflictos; procesos de descubrimiento de su dignidad personal, de crecimiento de su autoestima y de apertura para sentirse amado y capaz de amar. En esta dimensión se juega especialmente su capacidad para ser sujeto de su propio crecimiento y para ir optando por valores y principios que serán la base de su existencia, hasta llegar a la definición de un proyecto de vida que asuma los valores de la propuesta de la Civilización del Amor.
2.2 Relación con el grupo.
Corresponde a la dimensión social que es esencial a toda persona y al proceso de formación para ser capaz de integrarse en una comunidad donde vivir y alimentar continuamente su crecimiento personal integral. El grupo ofrece un espacio para ir descubriendo, de modo concreto y vivencial, la necesidad de realizarse como persona en la relación con el otro. Esta relación ayudará a crecer ejercitando la crítica y la autocrítica como medio para superarse personalmente y colaborar en el crecimiento de los demás.
Este proceso de maduración lleva al joven a ir construyendo relaciones de compañerismo, de amistad y de fraternidad hasta incorporar estas actitudes en una valoración de la experiencia comunitaria como referencia permanente para su vida. El joven aprenderá a vivir en grupo, aceptando y valorando a cada persona, reconociendo sus valores y haciéndose capaz de renunciar a los intereses personales para asumir los de la comunidad. Irá desarrollando su capacidad para trabajar en equipo y para vivir en una actitud de servicio que lo haga crecer en la responsabilidad por su propia vida y por las situaciones del grupo.
2.3 Relación con la sociedad.
Corresponde al proceso de socialización o de inserción del joven en la sociedad. Esta dimensión formará al joven para ser capaz de proyectarse en su comunidad local, nacional e internacional.
La experiencia de grupo es el punto de partida para abrirse a relaciones más amplias y complejas que se dan más allá del mismo grupo y llegar a descubrir las organizaciones sociales intermedias como espacios posibles de compromiso trasformador. Esto implica un proceso de maduración desde una conciencia frecuentemente ingenua hacia una conciencia crítica de la problemática social, tanto local como universal. A partir de acciones que al principio son, a menudo, sólo asistenciales, el joven va descubriendo los niveles de organización de la misma sociedad, va valorando especialmente el rol de los organismos políticos, sindicales, barriales, populares, etc. y va asumiendo la opción por los pobres como una actitud de servicio y solidaridad, hasta llegar a incorporarla en su propio proyecto de vida.
Esta dimensión le dará elementos y lo capacitará para crear y participar en todo tipo de proyectos alternativos de tipo económico, político, educativo, etc. que fortalezcan el proceso de lucha popular por estructuras más humanas y por la construcción de la Civilización del Amor.
2.4 Relación con Dios Liberador.
Corresponde a la experiencia de fe del joven. Es la progresiva experiencia de la presencia de Dios actuando en los acontecimientos de su vida, de la vocación más profunda de ser hijo y hermano, del descubrimiento de Jesús y de la opción por seguirlo, del discernimiento de la acción del Espíritu en los signos de los tiempos de la historia personal, grupal, eclesial y social y del compromiso radical de vivir los valores del Evangelio.
Partiendo de su experiencia religiosa básica, el proceso tiende a educar al joven en el discernimiento cristiano para que vaya descubriendo y vivenciando su vocación, vaya elaborando un proyecto de vida cristiano y asuma explícitamente el estilo de vida de Jesús y la propuesta de la Civilización del Amor.
En realidad, esta dimensión está presente y es la base de las otras cuatro dimensiones. La persona de Jesús y su propuesta liberadora son el centro del proceso formativo de la Pastoral Juvenil.
2.5 Relación con la Iglesia.
Corresponde al proceso de inserción del joven en la Iglesia. También su núcleo desencadenante y eje articulador es el grupo o comunidad juvenil, que se propone como experiencia primaria de “pequeña iglesia”, en una escala apta para el joven. En el grupo, es posible descubrir que la fe no se vive en solitario, que en la vida de la pequeña comunidad es donde Jesús acontece y se hace posible el Reino que anuncia y que la Iglesia es una comunidad de comunidades.
El proceso pasa también por asumir las contradicciones y conflictos que se dan al interior de los diferentes niveles de la comunidad eclesial. La meta es que el joven descubra su lugar en ella y desarrolle su conciencia y su sentido de pertenencia y responsabilidad al reconocerse como miembro activo del pueblo de Dios, con una vocación propia y un rol especifico a cumplir.
El desarrollo de estas cinco dimensiones no se realiza en un proceso lineal, siempre progresivo. Más bien, podría representarse en forma de una línea espiral, que pone de relieve dos aspectos igualmente importantes: los momentos de “bajón” y retroceso que se dan en el proceso de maduración y la necesidad de estar atentos para que el proceso de maduración se desarrolle armónicamente en todas las dimensiones. Un grupo que sólo desarrolla la dimensión psico-afectiva de sus miembros se transforma en un grupo de terapia; si sólo desarrolla la dimensión grupal, será un grupo de amigos; una maduración exclusiva de la dimensión social, hará del grupo, un grupo de activistas; quedarse sólo con la experiencia de fe, hace correr el riesgo de plantear y vivir una fe desencarnada; la pretensión de hacer madurar el grupo sólo en su dimensión de eclesialidad, puede llevar fácilmente a su instrumentalización.
3 Etapas del Proceso de Educación en la Fe.
La sistematización del proceso de formación integral en etapas procura respetar los tiempos del crecimiento de los jóvenes, pues entiende que la persona humana no está “hecha” sino que “se va haciendo” en su propia historia. La experiencia de la Pastoral Juvenil Latinoamericana reconoce tres etapas: la Nucleación, la Iniciación y la Militancia.
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